Revitalización de la obra de Rosa Luxemburg

11/2018

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Desde hace algunos años asistimos a una revitalización de la obra de Rosa Luxemburg. El proyecto de obras completas en inglés, que al momento lleva dos volúmenes publicados (de catorce proyectados), sumado a la edición de su correspondencia y a ejercicios de biografía gráfica como el propuesto por Kate Evans, Red Rosa, constituyen esfuerzos en el orden a posicionar y difundir el pensamiento teórico y político de Luxemburgo en un contexto en que los estudios marxistas atraviesan un momento de revisión histórica de sus fundamentos, alcances, vacíos, contradicciones y límites. Los análisis de la obra de Luxemburgo, usualmente asociados –con mayor o menor rigor– a una heterodoxia marxista, tienden hoy también a cruzarse con perspectivas epistemológicas que trascienden los límites del marxismo occidental.

Sin embargo, la gran mayoría de estos esfuerzos tienen un rasgo común que dista de ser un aspecto puramente fortuito. De las recientes compilaciones y reediciones hasta los nuevos análisis, los trabajos tienen en común su pertenencia al mundo político y académico anglosajón. Por supuesto, esto no implica por sí mismo algo negativo. El problema es más bien otro, ¿por qué no ha habido estudios contundentes en la historiografía reciente desde las periferias del capital global, siendo esos espacios justamente la constante analítica y política de los análisis que Luxemburgo realizara del capitalismo a comienzos del siglo XIX? Son esfuerzos que se aplauden, por cierto. Pero, ¿no sería pertinente también un análisis del comportamiento imperialista de la economía capitalista en, desde y para Latinoamérica? Avanzar en ese horizonte es el ejercicio que se propone Rodrigo Quesada Monge en Rosa Luxemburgo. Utopía y vida cotidiana, publicado en Chile el año 2018 por Nadar Ediciones, y en Costa Rica el año 2017 por la Editorial Universidad Nacional.

El análisis de Quesada se erige en el orden a “[…] recuperar el internacionalismo de una pensadora revolucionaria marxista, que contribuyó notablemente a una mejor y más profunda comprensión de la naturaleza de las relaciones internacionales, surgidas con la tragedia de la Primera Guerra Mundial” (p. 18). En este sentido, no se trata de un chauvinismo latinoamericano, sino de leer a Luxemburgo del mismo modo en que “José Carlos Mariátegui, por ejemplo, es motivo de estudios, investigación y exégesis en países como Italia, Francia o Estados Unidos” (p. 19), pues de lo que se trata es de la creatividad de la lectura que enfrenta la creatividad de la escritura de una pensadora que “abrió surcos novedosos para el mejor entendimiento del imperialismo, del sistema capitalista y de la guerra como negocio”. Julio Cortázar sostuvo alguna vez que decirse escritor latinoamericano no es diferente a decirse belga o danés. De lo que se trata entonces, insistía Cortázar, es de ser un latinoamericano escritor. Lo mismo se podría decir del lector: de lo que se trata es de ser un latinoamericano lector. En el caso de la propuesta biográfica de Quesada, el ejercicio historiográfico y hermenéutico radica en leer y escribir la obra de Luxemburgo desde una posición latinoamericana.

El libro se divide en tres grandes secciones, cada una de las cuales cuenta con una cantidad más o menos variable de capítulos que, en la práctica, apuntan a precisar los tópicos imponderables de la biografía. La primera sección, “La formación de un carácter”, constituye un ejercicio historiográfico bastante preciso de reconstrucción de la dimensión política, económica e ideológica del auge y quiebre de la socialdemocracia alemana. Sin embargo, a pesar de su precisión, esta sección no dista del todo de la tradición historiográfica marxista que, en general, ha puesto el énfasis en las transformaciones geopolíticas y socioeconómicas propias de un mundo transido por los resabios del colonialismo y avance rampante del imperialismo. Sin duda los capítulos más provocadores que esta sección son el II y el IV, “Vida de mujer” y “La revolución alemana (1918-1923) y el asesinato de Rosa Luxemburgo (1919)”, respectivamente. En el caso del capítulo II, la hipótesis estriba en la comprensión de la subjetivación de Luxemburgo en un mundo político masculinizado no como un momento posible dentro de su recorrido teórico y político, sino como un hilo enhebrado en un complejo plexo de dimensiones biográficas que, en última instancia, carecerían de sentido sin ese hilo en particular. Es aquí donde Quesada sostiene que la “[…] escasa obra directamente relacionada con el asunto [feminista], no le resta méritos a la presencia contundente del resto de su trabajo intelectual, prueba irrecusable del enorme potencial de las mujeres como pensadoras, dirigentes revolucionarias e ideólogas de gran peso doctrinario en el desarrollo del movimiento socialista, de principios del siglo XX” (p. 74). Hay ahí un ejercicio de confianza teórica y política, de sororidad en última instancia, fundamento de la confianza que Luxemburgo y Clara Zetkin se transmitieran mutuamente. Respeto transversal que, no obstante, no resolvería las contradicciones que Clara Zetkin se propuso políticamente tematizar y enfrentar. A modo de ejemplo: a pesar de compartir posiciones políticas en la co-fundación de la Liga Espartaquista, Franz Mehring encargó a Luxemburgo la redacción de un apartado dedicado a los tomos II y III de El capital que formaría parte de Karl Marx: Geschichte seines Leben de 1918. Deliberada o no, por omisión onomástica los lectores del marxismo occidental atravesaron el siglo leyendo el análisis de Luxemburgo firmado por Mehring.

La segunda sección, “Imperialismo, revolución y guerra”, es sin duda el momento mejor acabado del libro. La sección puede leerse tres veces. Sea como una proyección historiográfica del comportamiento imperialista de la economía capitalista hasta la Primera Guerra Mundial, como un análisis del decurso formativo y escritural de las tesis que Luxemburgo esgrimiera en La acumulación del capital –dimensión transida por los antecedentes y consecuencias del llamado Revisionismusstreit de la socialdemocracia alemana–, o como un análisis del recorrido político, económico, ideológico y cultural de la revolución de octubre. Tres momentos significantes, pero convergentes, de los últimos momentos de la pax britannica victoriana. Las tesis clásicas sobre el imperialismo, de Hobson a Luxemburgo, pasando por Trotsky, Lenin y Bujarín, han sido sistemáticamente trabajadas en Latinoamérica prácticamente desde el mismo momento de sus publicaciones. Sin embargo, el valor específico del trabajo analítico aquí estriba en trenzar las tesis clásicas sobre el imperialismo en general con las ideas de imperialismo y revolución de Luxemburgo desde y hacia la posibilidad de una subversión específicamente latinoamericana del orden global contemporáneo. Lo interesante de esta sección radica en leer sus tres dimensiones a partir de la precisión epistemológica, metodológica e ideológica que Quesada esgrime en la introducción general del libro: primero, que Latinoamérica es también el Caribe y, segundo, que el Caribe es harto más que Cuba. Esta precisión inicial es lo que reviste de especial originalidad a las tesis de Quesada sobre el decurso teórico y biográfico de Rosa Luxemburgo, pues conforman una tensión que apunta a releer la crítica de la economía política desde una perspectiva regional contemporánea, asumiendo la actualidad de las categorías críticas en virtud del reconocimiento de una realidad aún imperialista.

La tercera y última sección, en la práctica casi un recuento de los aspectos comunes de los capítulos precedentes, propone una aproximación hermenéutica para la lectura de la correspondencia de Luxemburgo, no tanto en relación a la producción de una identidad íntima como en relación a esa identidad en cuanto expresión de una vida cotidiana que, heredera de los márgenes del siglo XIX, comenzaba a estallar por tierra y aire al ritmo de los discursos y las prácticas de las luchas imperialistas. La descomposición del siglo XIX y la recomposición de una realidad que se habría paso a nombre del siglo XX fascinó y produjo –cuando no, angustió también– los gestos estéticos-literarios de Joseph Roth, Sándor Márai y Stefan Zweig: ninguno de los tres precisamente simpatizantes del socialismo o del comunismo. Es el mismo Zweig quien sostiene en Tres maestros. (Balzac, Dickens, Dostoievski), que la grandeza de la comédie humaine no radica en la representación literaria de la nostalgia, sino en el ejercicio escritural que en la vorágine de la crisis de su tiempo hila un relato en el que convergen las más diversas dimensiones de una realidad en plena transformación. Ese mismo argumento es el que llevó a Marx a leer y releer insistentemente a Dickens y Balzac. Pero, aquí no se trata de leer las obras de Rosa Luxemburgo –sus estudios o cartas– con la liviandad cotidiana con que aparentemente podría leerse un relato literario, sino que, y muy por el contrario, se trata de leer los relatos literarios con toda la seriedad que supuso, y supone, la lectura de la crítica de la economía política del imperialismo europeo a comienzos del siglo XX. Eso implica, por cierto, comprender los textos (públicos o no) como documentos propios de un archivo del largo proceso de transformación de la realidad. En este sentido, un libro es provechoso en virtud de lo que dice y de lo que no dice, es decir, de lo que suscita. Esto último, claro, ya no es responsabilidad exclusiva del autor. Sin embargo, hacia allá apunta el criterio hermenéutico que sustenta la lectura que Quesada realiza de la correspondencia de Luxemburgo en esta tercera sección.

Acabando estas reflexiones, Quesada retoma análisis propios de la segunda sección para construir sus conclusiones. En definitiva, insiste Quesada, “[…] Luxemburgo emerge, no porque haya sido una pionera en las preocupaciones políticas de las mujeres en torno al feminismo, sobre lo que no escribió mucho en verdad, sino porque su obra continúa siendo un reto en aquellos aspectos que ni la Gran Revolución Rusa de 1917 alcanzó a solucionar de manera profunda y duradera”. Aquí la crítica de Luxemburgo, a la economía política del imperialismo y a las políticas bolcheviques, aparecen como una “osadía” que abre “un surco investigativo inédito hasta ese momento”. Crítica que “estaba vinculada con los problemas metodológicos y teóricos en torno a la acumulación del capital a escala mundial, apenas vislumbrados por las luminarias en pantalones de la II Internacional” (p. 439). Si algo logra la investigación biográfica de Quesda, es reconstruir ese gesto “osado”, incómodo para uno y otro lado, que constituye a la obra de Rosa Luxemburgo.